Como muchos de los nuevos estudiantes de medicina, al comenzar, me sentí atraída por el hecho de pensar que con esta profesión podría ayudar a personas en ámbitos por los que sentía una especial inclinación. Sin embargo, con el tiempo esto fue dando paso a un creciente interés completamente centrado en la materia a estudiar en el sentido más literal. Quizás esto se haya debido a las escasas horas dedicadas a prácticas clínicas que, por otro lado, han ido aumentando conforme avanzaban los cursos.
A lo largo de la carrera se nos ha ido haciendo un gran hincapié en la importancia de la relación médico-paciente y la buena comunicación con el enfermo y la familia. Sin embargo, y siendo evidente la necesidad de dicha formación, es imprescindible que sea completada con una práctica clínica prolongada en el tiempo. Práctica clínica que, por motivos de organización o espacio, no siempre se han podido llevar a cabo. Pero de las que sí se realizaron, recordamos a nuestros tutores con agradecimiento y cariño.
En lo que respecta a la residencia, no pasa desapercibido el nerviosismo y ansiedad creciente ante la inminencia de una etapa de nuestra formación de la que sabemos que va a ser, si no de las más duras, la que más. Añadiendo a esto la ausencia de certeza de poder realizar la especialidad deseada y la incertidumbre.
Por otro lado, no es desdeñable la preocupación, al comienzo de nuestra formación ausente, sobre la situación en la que se encuentran actualmente las profesiones sanitarias. La inquietud ante las probables dificultades económicas durante la realización de la residencia o una posible situación de paro posteriormente.
Cabe mencionar en todo esto el miedo que muchos de nosotros tenemos al enfrentamiento con el paciente, y con ello me refiero no sólo al temor a no saber diagnosticar con certeza, hacer un buen diagnóstico diferencial o a realizar las pruebas complementarias más acertadas en cada caso, sino a la aprensión ante el cara a cara con la persona, saber muchas veces lo que nos quiere transmitir y, a nuestra vez, acertar en la forma de dirigirnos a ella. Comunicar malas noticias y saber manejar, en definitiva, situaciones complicadas en cuanto a empatía se refiere. Debe de ser terriblemente complicado conectar con los pacientes de tal forma que consigamos que lo que les estamos diciendo verdaderamente cale en ellos y tenga un efecto. Sobre todo a los que aún se nos nota más jóvenes de lo que realmente somos. Me cuesta creer que un enfermo vaya a tener confianza en una persona a todos ojos inexperta. Esperemos que a lo largo de la formación vayamos adquiriendo conocimiento en estos aspectos además de la seguridad que se requiere.
Por último, decir que a alguno se nos ha pasado la oportunidad de estudiar algún curso en el extranjero, hecho que puede ser sumamente interesante, a pesar de la escasez de destinos en comparación con otras universidades y facultades de medicina. Actualmente en el grado es obligatorio estudiar un nivel de idiomas. Quizás hubiera sido conveniente que en licenciatura se nos exigiera también como formación básica el estudio de otras lenguas.
A pesar de todo esto, los que conocen la profesión hablan de una de las carreras más bonitas y gratificantes que se puede realizar, y el contacto con las personas debe de ser tremendamente enriquecedor. Creo que todos tenemos muchas ganas de aprender, no sólo en materia de medicina estrictamente hablando, sino de esa otra materia que es el contacto con el enfermo.
Alumna de 6º curso del Hospital Universitario Virgen de Valme
A lo largo de la carrera se nos ha ido haciendo un gran hincapié en la importancia de la relación médico-paciente y la buena comunicación con el enfermo y la familia. Sin embargo, y siendo evidente la necesidad de dicha formación, es imprescindible que sea completada con una práctica clínica prolongada en el tiempo. Práctica clínica que, por motivos de organización o espacio, no siempre se han podido llevar a cabo. Pero de las que sí se realizaron, recordamos a nuestros tutores con agradecimiento y cariño.
En lo que respecta a la residencia, no pasa desapercibido el nerviosismo y ansiedad creciente ante la inminencia de una etapa de nuestra formación de la que sabemos que va a ser, si no de las más duras, la que más. Añadiendo a esto la ausencia de certeza de poder realizar la especialidad deseada y la incertidumbre.
Por otro lado, no es desdeñable la preocupación, al comienzo de nuestra formación ausente, sobre la situación en la que se encuentran actualmente las profesiones sanitarias. La inquietud ante las probables dificultades económicas durante la realización de la residencia o una posible situación de paro posteriormente.
Cabe mencionar en todo esto el miedo que muchos de nosotros tenemos al enfrentamiento con el paciente, y con ello me refiero no sólo al temor a no saber diagnosticar con certeza, hacer un buen diagnóstico diferencial o a realizar las pruebas complementarias más acertadas en cada caso, sino a la aprensión ante el cara a cara con la persona, saber muchas veces lo que nos quiere transmitir y, a nuestra vez, acertar en la forma de dirigirnos a ella. Comunicar malas noticias y saber manejar, en definitiva, situaciones complicadas en cuanto a empatía se refiere. Debe de ser terriblemente complicado conectar con los pacientes de tal forma que consigamos que lo que les estamos diciendo verdaderamente cale en ellos y tenga un efecto. Sobre todo a los que aún se nos nota más jóvenes de lo que realmente somos. Me cuesta creer que un enfermo vaya a tener confianza en una persona a todos ojos inexperta. Esperemos que a lo largo de la formación vayamos adquiriendo conocimiento en estos aspectos además de la seguridad que se requiere.
Por último, decir que a alguno se nos ha pasado la oportunidad de estudiar algún curso en el extranjero, hecho que puede ser sumamente interesante, a pesar de la escasez de destinos en comparación con otras universidades y facultades de medicina. Actualmente en el grado es obligatorio estudiar un nivel de idiomas. Quizás hubiera sido conveniente que en licenciatura se nos exigiera también como formación básica el estudio de otras lenguas.
A pesar de todo esto, los que conocen la profesión hablan de una de las carreras más bonitas y gratificantes que se puede realizar, y el contacto con las personas debe de ser tremendamente enriquecedor. Creo que todos tenemos muchas ganas de aprender, no sólo en materia de medicina estrictamente hablando, sino de esa otra materia que es el contacto con el enfermo.
Alumna de 6º curso del Hospital Universitario Virgen de Valme
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