Ahora que me encuentro al principio del sexto y último año de carrera se me plantea una reflexión que tantas veces he dado por obvia y que no tiene cabida: ¿por qué quiero ser médico?
Para ello me pongo a bucear en mis recuerdos, a buscar las razones últimas y en ese proceso veo que la medicina es algo que ha estado siempre muy dentro de mí. Hallo que esta vocación emana gracias a unos principios y valores cristianos, inculcados desde chico en los que se constituyó la sociedad actual aunque tanto lo rechaza en muchos casos y ha sustituido, como son el amor al prójimo, la ayuda al necesitado, el cuidado del enfermo y procurar su reestablecimiento, el respeto y cuidado de los mayores. Sin estos valores no tendría sentido el estudio de una profesión tan relacionada con el servicio al otro, por que si lo planteara como un servicio a uno mismo y un estatus, mejor haría otra profesión para ganar más dinero y tener más estatus, y dudo mucho que esto me diera la felicidad.
La vocación a la medicina se vio labrada por unos padres médicos. A mi casa iban muchos de mis amigos y otros hijos de amigos de mis padres cuando estaban enfermos y mi madre, pediatra, siempre se brindaba a atenderlos y lo hacia con cariño siempre con una sonrisa. Mi padre, nefrólogo, por otro lado asistía a mis abuelos y tíos cuando era necesario y algún amigo o conocido que lo necesitaba o se lo pedía.
Además de todo esto no pude entrar en Medicina vía selectividad y entonces hice enfermería, esto fortificó más en mi vocación médica. Y no sin empeño y constancia puede entrar en Medicina al hacer el examen para mayores de 25 años con una madurez ya aportada por la experiencia de los años y con una vocación claramente definida con una historia bien labrada, gracias a Dios, donde cada acontecimiento no ha sido inútil.
Además una vez que entre en la carrera, ya admitido, me planteé si todo esto de la Medicina era tozudez y empecinamiento o vocación por gracia de Dios, en eso estaba cuando sucedió un acontecimiento vital, mientras jugaba al fútbol un 7 de Septiembre de 2005, en un partido al que fui por casualidad ya que ese mismo día jugaba la selección, lo que me hizo dudar de si jugar o no. Al final jugué y uno de los amigos de mi hermano, con el que ya había jugado varias veces más y que padecía una cardiopatía congénita y tenía una estenosis de la pulmonar, hizo una parada cardiorrespiratoria. Hacía un año que había hecho un master de urgencias y hubo que reanimarlo con la ayuda de otro amigo de mi hermano que no sabía nada y que lo ventiló, se paró dos veces en el campo de fútbol hasta que llegó el 061 y dos veces más con ellos, pero gracias a Dios salvó la vida.
Esta oportunidad de ser un instrumento para salvar una vida es algo increíble y que me reforzó mi vocación. Es algo tan grande y tan indescriptible en una sociedad que tanto ataca a la vida en todas sus formas.
He visto la importancia de ser un buen médico, de ser empático, asertivo, humilde, respetuoso y como con una buena predisposición y pocas cosas se puede hacer tanto por el otro, ya que "verbi gratia" vivimos en sociedad.
El ser médico es una vocación y una gracia.