Poder atender a una persona que se confía a ti y hacerlo con éxito hace que todo merezca la pena

Cuando tienes 18 años se plantea la gran duda: ¿qué carrera elegir?, ¿a qué dedicar el resto de tu vida? Yo no lo tenía nada claro. Me gustaban muchas cosas y ninguna en especial. Mi idea inicial era dedicarme al mundo de la investigación y hacerlo desde la Biología, pero en el último momento cambié de opinión. Tenía buenas notas y podía acceder a ese campo desde la Medicina, una carrera que tenía mejores perspectivas laborales. De modo que sin mucho pensarlo ya estaba dentro.

Recuerdo que los profesores nos daban la bienvenida e insistían en que íbamos a emprender un largo camino, difícil, en el que era muy importante la vocación. En esos momentos tragaba saliva y pensaba: ¿vocación?


Yo no tenía vocación, ¿y si me había equivocado?

Hoy sé que no ha sido así, pero reconozco que he pasado momentos difíciles, en los que no veía ningún motivo para seguir y me he planteado seriamente dejar la carrera.

¿Cómo conseguí seguir? ¿En qué momento me di cuenta de que esto es lo mío?

No lo sé, supongo que las prácticas en el hospital tuvieron mucho que ver. Me hicieron ver cómo iba a ser mi trabajo, cómo los médicos ayudaban a la gente en un problema tan importante y que a todos nos preocupa como es la salud. La sonrisa de agradecimiento de los pacientes es algo muy gratificante. Poco a poco he comprendido que es un trabajo muy sacrificado y que exige mucha responsabilidad, pero el hecho de poder atender a una persona que se confía a ti y hacerlo con éxito hace que todo merezca la pena. Al menos hoy puedo decir que tengo la ilusión por aprender y prepararme lo mejor posible para poder ayudar de la mejor manera posible a las personas que acudan a mí.
Alumna de la Facultad de Medicina de Sevilla

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