Corría finales
de año de 1989 cuando mi madre me trajo a este mundo y creo que desde ese
momento, cuando aún pendía de mí el cordón umbilical y ni siquiera había puesto
en práctica el reflejo de succión, ni tampoco había pasado todavía el primer examen
de la vida, el test de Apgar, yo ya quería ser médico.
No parece lógico
pensar de este modo, pues se preguntarán ustedes que cómo puede ser eso
posible, que una criatura recién nacida tome tan prematuramente una decisión de
semejante calibre. Quizá algunos piensen que lo llevaba en los genes, lo cual
es una explicación bastante plausible, pero no, no es la respuesta, pues nadie
de mis ancestros fue médico, ni galeno, ni matasanos ni tan siquiera cirujano.
¡Ojo!, yo tampoco sé la respuesta, no sé por qué a tan pronta edad tomé esa
decisión. Lo que sí puedo decirles es que el único peluche que me gustaba era
uno vestido de médico; que los juguetes que pedía por cumpleaños y Reyes eran
fonendos de plástico, batas blancas y
jeringas de goma; que cuando se me moría un hámster o me encontraba algún
animal muerto por el campo, no dudaba en hacer mi propia “autopsia” para ver los
órganos de los pobres animales; que incluso me atreví a ir al osario del
cementerio para ver huesos humanos; que en ciencias y biología no bajaba del
diez en el instituto…
Evidentemente,
cuando hice la preinscripción para la universidad, no lo dudé ni un solo
instante: primera opción MEDICINA, segunda opción NADA, pues habría repetido selectividad
mil y una veces si hubiera hecho falta por tal de hacer esta carrera. Mi meta
no era ni más ni menos que ser médico, con todo lo que eso conlleva, es decir
no tenía la pretensión de ser un nuevo Galeno y formalizar toda la medicina
anterior a mí, ni hacer descubrimientos tan importantes como el de William
Harvey, ni tampoco inventar alguna vacuna, como hizo Edward Jenner con la de la
viruela. ¡Nada de eso!, lo que yo pretendía era tener el conocimiento
suficiente que todos estos personajes nos han hecho llegar a lo largo de los
siglos para tener una profesión en la que levantarme cada mañana y tener a
alguien esperándome a quien poder atender, no sólo al que explorar y
diagnosticar, sino también al que animar, consolar o esperanzar; no sólo al que
tratar y seguir, sino también con el que empatizar y del que aprender, pues no
sólo se aprende de los libros, cada paciente es una persona única que también te
enseña a ti.
Sin duda si
volviese atrás, tomaría la misma decisión que ya tome hace algunos años. No hay
nada que me guste más que ser médico y de esto me siento hoy más orgulloso que
nunca.
Alumno de 6º del
Hospital Universitario Nuestra Señora de Valme. Curso 2012/13
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