Yo no voy a hablar de lo bonito que es
salvar vidas. Que lo es. Ni de lo interesantes que son la mayor parte de las
asignaturas de la carrera. Que para mí, aunque pueda sonar utópico, lo han
sido. Eso no hace falta decirlo. Porque
quien esto lee, lo presupone. Voy a hablar de la mejor reflexión que he hecho
desde que empecé la carrera.
A mí nadie me dijo que al hacer la matrícula regalaban la incómoda sensación de vivir en un eterno lunes. Así, de Octubre a Junio, me topé con una semana universitaria que tenía 7 días: Lunes-Lunes, Lunes-Martes, Lunes-Miércoles, Lunes-Jueves, Lunes-Viernes, Lunes-Sábado y Lunes-Domingo.
Siendo sincera, lo que más me disgustaba
era observar, con envidia, esas semanas con 4 sábados que algunos de mis amigos
disfrutaban y a las que yo quería apuntarme. Con mucha envidia. Pero entendí que yo había tenido la misma
oportunidad que ellos para elegir. Así que tuve que dejar de echarles la culpa
de esa sensación extraña. A mí nadie me dijo que al hacer la matrícula regalaban la incómoda sensación de vivir en un eterno lunes. Así, de Octubre a Junio, me topé con una semana universitaria que tenía 7 días: Lunes-Lunes, Lunes-Martes, Lunes-Miércoles, Lunes-Jueves, Lunes-Viernes, Lunes-Sábado y Lunes-Domingo.
Una vez habituada a la rutina, me sorprendí dejando pasar semanas y semanas sin salir de casa, y me di cuenta de que ya ni me apetecía. En este punto, llevaba casi medio camino hecho. En lugar de alegrarme, me paré a pensar y me decepcioné. Esto no era lo que yo esperaba. Me refiero a las clases, las prácticas, los viernes, la gente…Hacía tres años que había salido de mi casa con una gran cantidad de expectativas con respecto a la universidad, y la verdad es que ninguna de ellas se estaba cumpliendo. Al hablar con amigos sobre el tema, todos estaban de acuerdo en cierta medida, pero sentía que ninguno lo notaba tan profundamente como yo. Era intranquilidad, sensación de mente ocupada, falta de libertad para planear algún viaje…todo lo que me llevaba a dejar de plantearme la posibilidad de hacer algo que no fuera ir a clase y estudiar.
Había un cumpleaños y tenía que estudiar,
organizaban una fiesta y tenía que estudiar, querían salir a cenar y…tenía que
estudiar…siempre acababa declinando cualquier invitación con el mismo
argumento. Era una respuesta automática a cualquier tipo de ocio. Y ya ni me
importaba. Me había acostumbrado a no hacer nada. Pero algo seguía sin encajar. Porque aunque
estudiara, no nos engañemos, nadie estudia las 24 horas del día. Y encontré el
error. Mi error había sido no saber repartir y aprovechar el tiempo.
Bien es cierto que nuestra carrera requiere más dedicación que algunas otras, pero apoyarse en esa realidad no era suficiente para argumentar un encierro programado de 9 meses al año. Por lo que me estaba engañando. Me quedaba tardes y noches en mi habitación sin salir, haciéndome creer que estaba estudiando y adelantando trabajo. Pero todas esas horas que pasaba delante de los apuntes no solo no me estaban siendo productivas, sino que tampoco me permitían despejarme y dedicar más tiempo al resto de asuntos.
Una vez que fui consciente del problema, pude
ver que a muchos otros les ocurría lo mismo. Pero parecían encontrarse cómodos
así, viviendo en su infranqueable mundo de medicina. Ese es el tipo de personas
a las que no deseaba tener tan cerca.
Entrar en esta carrera me ha hecho conocer a mucha gente diferente y me ha puesto a prueba. Creo que se trata de la primera gran prueba de madurez que debemos superar, ya que no tenemos a nadie insistiéndonos para estudiar, bajar a cenar o hacer la cama. Es el primer contacto con la vida adulta y debemos demostrar que seremos responsables en ella. Porque de la formación personal saldrá la formación profesional, y no me agradaría verme como a una negligente e irresponsable médico que pasa por la consulta sin más. Me siento incapacitada para dar razones más allá de lo que la mente general puede alcanzar. Pero al menos lo tengo claro. Lo mío no es vocación. Pero no quiero otra cosa.
Alumna 6º Medicina. Hospital Universitario de Valme. Sevilla