Los alumnos de la Facultad de Medicina de Sevilla reflexionan sobre las razones y las emociones que los motivan para estudiar medicina. Se invita a participar en el mismo a estudiantes de otras Facultades de Medicina u otras personas interesadas en participar en el mismo con sus comentarios (Students of the Faculty of Medicine of Seville reflect on the reasons and emotions that motivate them to study medicine. Are invited to participate in the students from other medical schools or other interested persons to participate in it with your comments). (Pablo Bonal Pitz).

¡A mí me gusta la gente!

Empezaré diciendo que la Medicina no es mi pasión. Siempre se habla de que esta es una carrera vocacional de necesidad. Eso me asustó una vez dentro, pues no creo que ese fuese mi caso, pero no me hizo pensar que me había equivocado, simplemente asustaba, pues parecía imposible que te pudiese gustar y pudieras entregarte si no soñabas con ella desde antes de nacer. Yo puedo decir que eso no es verdad (por si eso ayuda a quienes ahora estén asustados como yo lo estaba).

Un verano, lejano a mi futura elección, hablaba con una amiga algo mayor. Me confesaba su deseo de hacer medicina y su temor de no llegar a la nota exigida. A partir de ese momento empezó a rondarme por la cabeza. He de reconocer que el "reto" de tener elevada calificación fue un plus en la primitiva idea de motivación que se me iba formando, pero luego quedaba atrás acrecentado por otros beneficios como sería el tratar con personas, ayudarlos, acompañarlos, resolver problemas... Me fascina (y aún no termino de creerme) que tengamos esa capacidad. Es algo maravilloso que espero conservar el resto de mi vida profesional, rodeándome de gente llena de ilusión que me ayuden a que no se apague la mía.

El camino para esta elección fue fácil hasta bachillerato. Tenía muy claro que mi formación académica iba dirigida por la rama de la salud. Siempre me encantó biología y no iba a dejar de cursarla. Al empezar bachillerato empecé a evaluar las distintas carreras. Iba descartando y siempre quedaba Medicina. La carrera que yo estudiase debía cumplir varios requisitos: que me gustase, que el trabajo estuviera enfocado al contacto con las personas (no quería trabajar en un laboratorio, ¡a mí me gusta la gente!), con relativa seguridad de trabajo futuro y cierta estabilidad. No penséis que era rígida en estos aspectos, pero ahora creo que eso es en lo que pensaba (¡ya ni me acuerdo bien!).

Todo esto era un debate y discusión interna. Al principio, no decía nada cuando me preguntaban qué estudiaría. Aún no quería convencerme de que eso es lo que quería hacer por miedo a la elevada calificación necesaria para el ingreso en la facultad, así que decidí que no fuese mi única opción, por si no había "suerte" y me quedaba fuera. Cada vez más todo este razonamiento me funcionaba menos y la idea de hacer medicina era más insistente, lo cual me hizo luchar por entrar con esfuerzo y renuncia. No me arrepiento.

No tengo familiares médicos ni sanitarios de ningún tipo, así que desconocía totalmente la profesión, el trato, el trabajo, el estudio... Los primeros años... ¿feos?, no sé si tanto, pero la verdad es que se hacía difícil estudiar cosas que, aunque me resultaban interesantes, no era lo que yo quería aprender. Una vez superada esta prueba llegamos a las cosas "bonitas": las enfermedades (lo feo es decir que las enfermedades son bonitas). Aprendimos mecanismos diagnósticos y tratamientos y empezamos a sentirnos médicos (jajá). ¡Esto sí que es bonito! Empezamos a movernos por el hospital, a contactar con los pacientes, a escucharlos, a adivinar algún que otro diagnóstico y sentirte un hacha por ello. Luego nos decían que la historia clínica hay que dirigirla, que si no el paciente se va por las ramas y nos cuenta detalles que no interesan... Realmente es verdad, pero a mí me gustaba escucharlos (aunque me dificultaba el trabajo que tenía que hacer, que era historiarlos).

Una vez dentro ya estaba pasado lo peor... ¡No! En la carrera he tenido algunas asignaturas atascadas que me tocó trabajar mucho y muchas veces para que salieran adelante.  Tampoco ha sido fácil compaginar Medicina con la gran afición que siento por el teatro. La medicina te exige gran exclusividad en dedicación y esfuerzo, y yo no se lo he dado. Por una parte me da pena no haber disfrutado al máximo de la carrera, por otra, me siento orgullosa de haber podido defender y compaginar ambas. Me encantaría que mi aportación ayudara a todos los que se identifican con mis sentimientos de incertidumbre e ilusión iniciales. Al otro lado del río, habiendo cruzado por todos los años de estudio, la sensación es totalmente diferente que al empezar a estudiar la carrera interminable de seis años. Nosotros ya podemos decir que se llega, y se termina y una vez ahí te das cuenta que el tiempo pasó rapidísimo.

Es fantástico el haber sido capaz de finalizar el camino y volver a sentir emociones similares ante la nueva e inquietante etapa que ahora comienza...

L. H. R., alumna de 6º de Medicina en el Hospital de Valme. Promoción 2006-2012.

Como el perro del hortelano

Yo no voy a hablar de lo bonito que es salvar vidas. Que lo es. Ni de lo interesantes que son la mayor parte de las asignaturas de la carrera. Que para mí, aunque pueda sonar utópico, lo han sido.  Eso no hace falta decirlo. Porque quien esto lee, lo presupone. Voy a hablar de la mejor reflexión que he hecho desde que empecé la carrera.

A mí nadie me dijo que al hacer la matrícula regalaban la incómoda sensación de vivir en un eterno lunes.  Así,  de Octubre a Junio, me topé con una semana universitaria que tenía  7 días: Lunes-Lunes, Lunes-Martes, Lunes-Miércoles, Lunes-Jueves, Lunes-Viernes, Lunes-Sábado y Lunes-Domingo. 
Siendo sincera, lo que más me disgustaba era observar, con envidia, esas semanas con 4 sábados que algunos de mis amigos disfrutaban y a las que yo quería apuntarme. Con mucha envidia.  Pero entendí que yo había tenido la misma oportunidad que ellos para elegir. Así que tuve que dejar de echarles la culpa de esa sensación extraña. 

Una vez habituada a la rutina, me sorprendí dejando pasar semanas y semanas sin salir de casa, y me di cuenta de que ya ni me apetecía. En este punto, llevaba casi medio camino hecho. En lugar de alegrarme, me paré a pensar y me decepcioné. Esto no era lo que yo esperaba. Me refiero a las clases, las prácticas, los viernes, la gente…Hacía tres años que había salido de mi casa con una gran cantidad de expectativas con respecto a la universidad, y la verdad es que ninguna de ellas se estaba cumpliendo. Al hablar con amigos sobre el tema, todos estaban de acuerdo en cierta medida, pero sentía que ninguno lo notaba tan profundamente como yo. Era intranquilidad, sensación de mente ocupada, falta de libertad para planear algún viaje…todo lo que me llevaba a dejar de plantearme la posibilidad de hacer algo que no fuera ir a clase y estudiar.

Había un cumpleaños y tenía que estudiar, organizaban una fiesta y tenía que estudiar, querían salir a cenar y…tenía que estudiar…siempre acababa declinando cualquier invitación con el mismo argumento. Era una respuesta automática a cualquier tipo de ocio. Y ya ni me importaba. Me había acostumbrado a no hacer nada. Pero algo seguía sin encajar. Porque aunque estudiara, no nos engañemos, nadie estudia las 24 horas del día. Y encontré el error. Mi error había sido no saber repartir y aprovechar el tiempo.

Bien es cierto que nuestra carrera requiere más dedicación que algunas otras, pero apoyarse en esa realidad no era suficiente para argumentar un encierro programado de 9 meses al año. Por lo que me estaba engañando. Me quedaba tardes y noches en mi habitación sin salir, haciéndome creer que estaba estudiando y adelantando trabajo. Pero todas esas horas que pasaba delante de los apuntes no solo no me estaban siendo productivas, sino que tampoco me permitían despejarme y dedicar más tiempo al resto de asuntos.

Una vez que fui consciente del problema, pude ver que a muchos otros les ocurría lo mismo. Pero parecían encontrarse cómodos así, viviendo en su infranqueable mundo de medicina. Ese es el tipo de personas a las que no deseaba tener tan cerca.

Entrar en esta carrera me ha hecho conocer a mucha gente diferente y me ha puesto a prueba. Creo que se trata de la primera gran prueba de madurez que debemos superar, ya que no tenemos a nadie insistiéndonos para estudiar, bajar a cenar o hacer la cama. Es el primer contacto con la vida adulta y debemos demostrar que seremos responsables en ella. Porque de la formación personal saldrá la formación profesional, y no me agradaría verme como a una negligente e irresponsable médico que pasa por la consulta sin más. Me siento incapacitada para dar razones más allá de lo que la mente general puede alcanzar. Pero al menos lo tengo claro. Lo mío no es vocación. Pero no quiero otra cosa.
Alumna 6º Medicina. Hospital Universitario de Valme. Sevilla

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